La gata los observa grifada detrás del cristal empañado. Hay una extraña conexión de movimientos entre ésta y la mujer que se retuerce bajo el peso del dueño de la casa.
Éste la tenía sujeta por la cintura, y la atraía hacia así con movimientos bruscos. A cada empuje, la gata se erizaba. Saca las garras y las clava sobre la espalda cubierta de músculos en tensión. En el cuello, una arteria bombea sangre a un ritmo constante marcando el paso del tiempo. Los latidos de los dos corazones se entremezclan con gemidos y gruñidos. La mujer se acerca al cuello, y como animal hambriento muerde con fuerza. Un grito. La gata bufa. La agarra del cuello y aprieta. El hombre sabe que solamente dejando a su instinto apretar la destrozaría, sin embargo deja los ojos en blanco y se deja llevar por el dolor. El sudor, la sangre y otras secreciones se mezclaban con el placer y el dolor. Exhaustos caen sobre el sofá. El felino ronronea y levantando la cola se marcha de un salto.
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