jueves, octubre 27, 2011

Un poco de narcisismo:

Hace miles de años, en alguna posible época nihilista, pensé, o escribí, o memoricé:
"Tanto escritores como diaristas pecan de narcisismo"

Esta frase que tengo grabada, afirma que no hay conocimiento válido, que no hay pensamientos ni filosofía humana con un valor objetivo. Y por tanto, solo la vanidad lleva al escritor a pensar que sus creaciones pueden llegar a interesar a alguien, o que merecen quedar por escrito para la posteridad. Y más aún. Los diaristas también pecan de pretenciosos, al pensar que sus paranoias merecen simplemente ser recordadas por él mismo.

Estos pensamientos son los que me llevan a colgar paranoias sin molestarme en que sean entendibles. Simplemente me evocan cosas, me recuerdan sensaciones, olores. En ese sentido este blog tiene más de morboso diario público que de blog en sí.

Pero por un día, haré una concesión al narcisismo y explicaré mi última entrada. No solo como acto de vanidad, también de ternura, por compartir algo más con vosotros que palabras al azar (que es lo que a Rayko le parecen algunos de mis post):

Paco el poyo es un profesor de "Lengua castellana y literatura" (más de esto segundo), que tuve en primero de bachiller.
Éste profesor daba las clases con un estilo un tanto particular. Solía ser bastante borde, y le encantaba soltar ironías sobre el futuro de sus alumnos, a medio camino entre la broma y el insulto. A mí me caía bastante mal. No soporto a la gente pretenciosa, y éste lo era un rato. Se creía una especie de Mr Keating, y nos exhortaba máximas medievales mientras se nos dirigía en femenino.
En realidad era insoportable, pero sabía comunicar un amor a la literatura, que a mí me caló bastante. En sus clases descubrí la poesía.

Bien. Pues uno de los comentarios que nos hizo este hombre, que por cualquier motivo se me quedó grabado, es que teníamos que estudiar duro para comprar nuestra libertad. Se refería a leer, a estudiar, a viajar. A quitarnos nuestra piel de borregos, de buenos ciudadanos, de catetos de nuestro tiempo. Esa libertad es dura de comprar. No es algo que venga dado, hace falta voluntad y él nos animaba a comprarla antes de que fuera demasiado tarde.

Bien. Pues esa compra de libertad tenía yo en mente la otra tarde, en el cuarto de baño del edificio Pampa de la ciudad financiera del Santander. Comprando mi libertad a mi modo. A las ocho de la tarde, y viendo que no había hora de salida.
Agonía entre las luces automáticas y los secadores de manos. ¿Dónde estaba esa libertad que llevo comprando desde entonces? ¿Acaso no sería más libre durmiendo en mi casa? Paco el poyo no tenía razón,
y el durbitán tampoco
.

Durbitán son unos chutes de cafeína, que mi amigo Marc nos dio a probar en plena fiebre empollona allá por segundo de carrera. Representan los momentos más duros de esta compra de libertad, como pueda ser este (a ratos).

Finalmente volví a mi asiento y apenas publiqué este post nos liberaron. Por fin.

miércoles, octubre 26, 2011

Paco el poyo no tenía razón.
El durbitán tampoco.

martes, octubre 25, 2011

Verdes.

Lo despertaron a lametazos, embrutecido
por el desconocimiento de
sensaciones que no existían.
Estremecido,
se le erizaba el vello de solo recordarlo.
Sus poros se abrían palpitando. Gritaban
sorprendidos, despertando de un invierno demasiado largo.

martes, octubre 11, 2011

De pipas y gusanos.

No tardó en percatarse de que esta habilidad era algo que se aprendía. Se aprendía a follar como se aprendía a montar en bicicleta, a base práctica. Hizo una lista con sus deseos, y se la comió. Entonces comprendió que la ignorancia era el único conocimiento, y como tal se lo hizo saber a su señor.
Un pequeño gusano entró en la manzana. Al principio nadie se preocupó, era solo un gusano, y la manzana era muy grande y estaba todavía verde.
Él sabía que era un pensamiento fugaz y breve, como una pequeña reflexión. Él sabía que esa pequeña reflexión estaba taladrada en su mente, y que no lo dejaría en paz. Tarde o temprano, saldría fuera y lo echaría todo a perder. ¿Podía luchar contra él? ¿Servía de algo intentar matar ese pequeño gusano?
Otros pequeños gusanos ya habían cambiado su vida de forma radical, no necesariamente para mal, pero siempre saliéndose de lo planeado, generando caos e incertidumbre.
Quizás ese caos no era tan malo. En cierto modo, hacía su pobre existencia algo más interesante. ¿Debía pues bendecir los pequeños gusanos?
-¡Hay gusanos y gusanos!- Le decía su mente bipolar. Claro, gusanos buenos y gusanos malos, gusanos de seda productivos y lombrices intestinales parásitas. Pero, ¿quién debe hacer esa división? ¿Qué alta autoridad es capaz de discernir entre gusanos? ¿La ética?
-¡El pragmatismo! - Le decía su otra mente bipolar.

(.../...)

Y de repente, mientras filosofaba sobre gusanos, se acercó lentamente una enorme oruga azul arrastrándose con una gran pipa de agua, y se lo fumó.

martes, octubre 04, 2011

2. Encuentro

Había pasado toda la noche dando vueltas a la configuración del autómata. No sabía muy bien que podía haber ido mal, pero ya había pensado en varios pequeños cambios que probar.
Su invento permanecía en la misma posición en la que él lo situó la noche anterior, pero rígido, sin energía en las baterías.
Abrió su parte posterior, y extrajo las cintas magnéticas en las que la máquina tenía escrito el código, y las introdujo en su lector para introducir los cambios que tenía en mente.
Al observar la pantalla del lector se quedó desconcertado. Para un extraño, la pantalla solo mostraba puntos y rallas, en una suerte de morse de su invención, que codificaba la configuración de su ingenio.
Lo novedoso de su invento, es que el código que él había introducido inicialmente no permanecía estático, sino que la máquina podía modificarlo y mejorarlo según protocolos introducidos en el mismo código.
Su desconcierto vino porque su configuración inicial solamente ocupaba media cinta, y las tres cintas que había introducido en el lector estaban completamente escritas y modificadas. Parecía que después de todo la máquina sí había funcionado, aunque no hubiera reaccionado físicamente.
Además del desconcierto, le entró una enorme curiosidad, porque no reconocía el código que había en esas cintas. Él lo había escrito de forma sencilla, según un lenguaje que había desarrollado en su taller. Parecía que el autómata había decidido cambiar incluso el lenguaje con el que se codificaba su configuración interna. Estaba totalmente asombrado.
Obviamente, no introdujo ningún cambio en las cintas, y se dispuso a pensar que era lo que fallaba en la máquina, suponiendo que internamente el autómata sí había funcionado.
Sabía que la parte electromecánica funcionaba bien, pues la había probado mil veces con configuraciones sencillas y no había tenido ningún problema. Tenía que ser algo interno.
Lo siguiente que pensó era que el autómata necesitaría más memoria de la pensada inicialmente, ya que había llenado las tres cintas, cuando inicialmente solo esperaba que llenara la primera y parte de la segunda. Así que se dispuso a introducir las tres cintas iniciales en su lugar y a conectar varias cintas más que tenía por el taller, de mucha más capacidad, mediante un cable directamente a las entrañas de su invento.
Cambió las baterías, y volvió a conectarlo.