miércoles, noviembre 17, 2010

Volvió solo y como se fué. Condenadamente joven y bello. Cuidadamente descuidado.

Volvíanse a mirarlo los viejos. Envidiábanlo los jóvenes.
Ojos de perro, que persigues alegrías pasadas, ¡alégrate por el bien ajeno!

Él mientras, no atendió a razones; acumuló todo su pasado, todos sus recuerdos, y los vió deshacerse lentamente en las ascuas de su chimenea. Deleitándose en el dulce hedor que el olvido desprendía.

Entonces sonó el timbre. Apolo lo llamaba al orden. Le había parecido demasiado dulce el camino contemplado desde la ventana, pero ahora sabía que los remordimientos y la incertidumbre eran chinas en el calzado. Entonces se propuso quemar también los alpargates. Caminaría descalzo.

De eso se trataba en realidad, de hacer el camino desnudo. Ante semejante iniciativa, Apolo no tuvo más remedio que tomar la puerta otra vez.

Entonces se vió solo. No sabía si había hecho bien descartando la Razón. ¿Cómo contruir sobre la nada? ¿De donde deben partir unos cimientos sólidos que sustenten todo lo demás? ¿De las Pasiones? ¿Del Instinto?

Las llamas crecían y brillaban de forma abrumadora, pero él no hacía sino alimentar el fuego.

Él pretendia crear de la nada. Destruir primero, para poder construir. Todo ese humo no era sino el primer paso de la creación, la potencia puramente hacedora.

Mientras miles de esquirlas eran elevadas por el viento, confundiéndose con las Leónidas. Alguna le cayó en la piel, ennegreciendola. Nadie le dijo que el proceso no iba a ser traumático, era fácil suponer que no se iba a ir de rositas.

Entonces se dio cuenta de cual debía ser el final.

Se sentó sobre las brasas, provocando una nueva combustión. Sintió la fuerza purificadora del fuego que lo envolvía. La gente lo miraba en la distancia. En cierto modo, lo ignoraban. No necesitaban ni pretendían percatarse de lo que estaba sucediendo. Por fin, cerró los ojos.

Al final, solo quedó un óleo negro que impregnó la tierra, y que no tardó en filtrarse. Ya era puro acto de ser.