jueves, julio 16, 2009

El buen dinero:

El dólar, el euro y todo el dinero fiduciario en general es un pésimo dinero, lo que significa que cumplen mal con las funciones que se espera que debieran cumplir.

El patrón oro las cumple a la perfección, ya que sus dos grandes ventajas son la estabilidad de precios y de los tipos de interés, lo que se traduce en que el poseedor de oro puede hacer gala de una doble y fundamental soberanía: la soberanía del consumidor y la soberanía del ahorrador.

Como consumidor puede elegir entre consumir y no consumir sin que por ello tenga que perder el valor. Si acude al mercado y no encuentra nada que le agrade, simplemente restringe su consumo sin que la inflación devore sus expectativas de gasto. Es el empresario quien tiene que captar el oro para recuperar su inversión inicial; o bien proporciona lo que el consumidor desea y cuando lo desea, o tendrá que vender al descuento.

Como ahorrador dispone de un mercado de renta fija donde depositar su dinero sin que la inflación consuma el nominal y, sobre todo, puede decidir entre invertir o no en los mercados de capitales. Si la rentabilidad que le promete la inversión es demasiado reducida, atesorará el oro, con lo que las empresas y los bancos tendrán que ofrecerle remuneraciones más elevadas para captar su capital.

El dinero fiduciario despoja al individuo de esta doble soberanía. El consumidor que no gasta hoy se ve forzado a invertir, a comprar productos que no desea o a soportar una pérdida en el valor de su dinero. No son las mercancías las que persiguen al dinero, sino el dinero a las mercancías.

El ahorrador tampoco puede negarse a invertir sus fondos en cualquier proyecto que proporcione una cierta rentabilidad –por pequeña que sea– que le permita compensar en todo o en parte la inflación. Los tipos de interés, gracias a la expansión crediticia del Banco Central, se mantienen lo suficientemente bajos como para emprender proyectos que sólo resultan momentáneamente rentables con cargo al señoriaje que sufre el tenedor de dinero.

[...]

Aunque, al hablar del patrón oro, estamos asumiendo el hecho consumado de que los estados se arrogan la función de monopolizar la emisión de dinero, es conveniente ser conscientes de que hemos sido condicionados para pensar así, que el dinero es cosa del Estado. Sin embargo, el dinero es anterior al Estado. Por decirlo de alguna manera, es un invento de la sociedad, para facilitar el comercio y superar las limitaciones del trueque. Los metales preciosos, por sus características, se convierten en la elección natural para desempeñar la función de dinero.

Antes, los gobiernos actuaban meramente como agencias de peso y medidas, que certificaban el contenido de plata u oro de la moneda que acuñaban, y que hacían de las suyas disminuyendo dicho contenido. Esta forma de devaluar la moneda era el recurso que tenían los mandamases megalómanos para seguir tirando cuando se encontraban en apuros económicos después de haber despilfarrado más dinero de la cuenta en guerras y otros programas gubernamentales casi igual de contraproducentes. Porque, efectivamente, utilizar el oro como dinero es un engorro para quienes desearían no ver su poder limitado por cuestiones tan mundanas como las económicas.

El sucedáneo de dinero que nos vemos obligados a utilizar en estos tiempos no impone restricciones tan duras a los gobernantes, puesto que los bancos pueden crear el pseudo-dinero que necesiten con un golpe de tecla. En cambio, para aumentar sus reservas de oro, tanto un ciudadano particular como un gobierno solamente tienen tres opciones: 1) extraerlo de la tierra dedicándose a la minería (actividad económica cuyos costes son mucho mayores que darle a la tecla o firmar cheques y que, por tanto, lleva implícita la necesidad de atenerse a criterios estrictamente económicos, y no políticos), 2) producir bienes y servicios que otros quieran intercambiar libremente por su oro, y 3) robárselo a alguien. La política, por definición, excluye las opciones 1) y 2). Y he aquí la razón por la que el oro disgustaba (y disgusta) tanto a los gobernantes ávidos de poder. Puesto que la cantidad de oro que podían robar a sus súbditos mediante los impuestos tenía ciertos límites (como el de no hundir el reino o imperio en la miseria), necesitaban guerras para robarle el oro a alguien más; pero, a su vez, necesitaban oro para financiar las guerras. Por algo dijo Ludwig von Mises que el "dinero honesto", es decir, el oro, protege las libertades civiles ante las tentaciones tiránicas de los gobiernos, por lo que cabe equipararlo a las constituciones (añado yo: cuando éstas realmente se escribían con el propósito declarado de proteger a los ciudadanos del enemigo público número uno, que es el gobierno, no como sucede ahora, en que proclaman derechos ciudadanos que no son derechos para proporcionar a los gobiernos excusas para expandir su poder e instaurar tiranías supuestamente bienintencionadas).


http://www.juandemariana.org/comentario/1584/oro/soberania/individuo/

1 comentario:

oxnex dijo...

Que conste que estrictamente no estoy de acuerdo con lo que dice el autor.

No creo que el patrón oro sea una alternativa, pero me ha parecido una forma muy clara la que utiliza para exponer las deficiencias del sistema actual.