jueves, agosto 26, 2010

El caracol levantó sus antenas sobre la hierba, buscando ver más allá, pero solo veía más hierba.


Su padre le había dicho que por ese camino, recto recto, se llegaba a Alemania.
Realmente no se lo creía, puesto que su padre se había demostrado que era bastante mentiroso. Le gustaba inventar. Inventaba e imaginaba, y trataba de hacerle creer cosas, que ya, a la madurez de sus 8 años no iba a creer.

Él ahora experimentaba. Le gustaba conocer las cosas por sí mismo, y averiguar cómo funcionaban.
¿Cómo iba a ser cierto que el televisor funcionaba por miles de hormigas de colores, que se movían por la pantalla formando imágenes? Su padre había tratado de hacerle creer eso. Eso, y que las nubes son la espuma de un mar celestial, o que los chinos son alienígenas que vienen de otro planeta. Todo el mundo sabe que los chinos vienen de la China.

Por eso no podía confiar en su padre. Y lo sabía gracias a su madre, que le confesó el pecado de su padre una noche oscura en la que no podía dormir.
No podía dormir porque su padre le había contado que su cama antes de cama fue un barco pirata, y que cuando crujía por la noche era porque la cama echaba de menos el mar, y se quejaba, buscando el camino a los océanos.
Y claro, ¿cómo iba a soportar la idea de verse arrastrado a una navegación involuntaria mientras dormía?
Entonces supo la verdad. Supo que su cama no era más que una cama, y ya descubrir todas las demás mentiras fue cuestión de lógica.
De todas formas, no podía negar que su padre le resultaba muy convincente. Y no sabía sino asentir a cada una de sus historias. Se preguntaba qué habría de verdad en todo aquello.