El placer del esclavo,
esquivo de la realidad.
Libre para ser olvidado.
Y a veces el mundo parece tener un propósito.
Cuando cruzas La Castellana
y los coches parecen avanzar al ritmo de Lluis Llach.
Y eso no tiene ningún sentido,
pero no está reñido con el propósito ni la finalidad.
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