martes, mayo 24, 2011

Y entonces la hormiguita dijo que vale, que todo era una mierda. Que se acabó, y que no había solución.

viernes, mayo 06, 2011

De olores y tumbas

Yo era de los que pensaban que el árbol cuando caía en el bosque no sonaba. Que la realidad era ante todo subjetiva. Que si nadie conoce algo, ese algo no existe. Así no existía descubrimiento, sino invención, creación.

Y de nuevo, me descubro unos capítulos más atrás de lo esperado, nunca parezco llegar a la mitad del libro. Lo niego, pero luego llega la noche y ansío nuevamente
ese nirvana temporal que es el sueño. Los colores no ayudan.

Y de repente se muere Sábato, un grande. Y matan a Osama, un carnicero. Y el pan se queda sin su olor a recién hecho. Y el chocolate ya no sabe a chocolate. Y no quedan lágrimas de cocodrilo, ni poesías del Gran Miguel. No queda humanismo.

¿Y podría haber sido yo aquel pintor? Aquel pintor, que en la soledad de su túnel acertó a ver una ventana. Una ventana que pintó, y a la que una tal María se asomó. O ese niño de Råksta. O simplemente un olor olvidado.

miércoles, mayo 04, 2011

Silentium

Ni se lo volvía a plantear. Simplemente la decisión estaba tomada. Sabía que había sido un poco radical e imprevisible, y su familia tenía todo el derecho de indignarse y pedirle explicaciones, pero no las tenía.
Se acercaba con lo que parecía un paso decidido a las gruesas puertas de madera, que según había determinado, no volvería a cruzar.
Lo recibió un hombre anciano, con túnica y barba blancas, y con unos ojos brillantes que despedían paz.
Detrás contemplaba los Alpes, verdes y húmedos. Vivos y con alma propia.
No sintió necesidad de despedirse de su voz, que allí dentro no necesitaría, ni de otros placeres y lujos que deliberadamente dejaba atrás. Se trataba de un portazo en su vida, abrir una puerta y cerrar todas las demás. Entrar en un mundo nuevo, una experiencia totalmente diferente que lo cambiaría a él y a su relación con el mundo de forma irreversible. No sentía miedo. Más bien era una mezcla de curiosidad e impaciencia. Impaciencia de la que se avergonzaba. No cabían prisas en esa nueva vida en la que el tiempo dejaba de tener linealidad, y se convertía en algo abstracto apenas perceptible a través de la memoria.
Un suave aroma a almizcle e incienso lo reconfortó y le hizo cerrar los ojos. Mientras, a su espalda el enorme portal se cerraba con un mugido que le daba la bienvenida a su nueva vida.